El pasado 8 de febrero falleció en Madrid nuestro querido amigo Carlos Herrero Villapadierna. Acababa de cumplir 87 años. Como llevaba 27 jubilado, cabe suponer que la mayoría de los actuales miembros de la AFIE no alcanzaron a conocerlo. ¡Lástima, porque Carlos era una de esas personas que vale la pena conocer, de las que entran pocas en la docena!

Carlos formaba parte de las primeras hornadas de españoles que decidieron atravesar los Pirineos para buscar trabajo en Europa, allá por los años cincuenta del pasado siglo (¡los problemas de empleo en España no comenzaron con la crisis de 2008!), y ciertamente fue uno de los primeros en vislumbrar las oportunidades que ofrecían los organismos internacionales. Él había cursado la ya desaparecida carrera de Perito Mercantil (semejante a la actual Diplomatura en Ciencias Empresariales), que incluía en su programa, como era frecuente entonces, la asignatura de taquigrafía y mecanografía. Fue esto último, la taquimecanografía, lo que le permitió conseguir sus primeros contratos de corta duración en Viena, en “la Atómica”. Después, hacia 1958,  llegó a Ginebra y, tras algunos contratos de “temporero”, finalmente la UIT le ofreció un contrato de dos años, que él recibió como el gordo de la lotería. Con el contrato en una mano se fue a pedir otra, la de Pili, su novia en Madrid. Se casaron en 1962 y Pili, que era funcionaria de Hacienda, pidió la excedencia y se trasladó a Ginebra. Allí formarían su hogar y allí nacerían y crecerían sus hijos.

Para Carlos, la UIT se convirtió en una segunda casa –la residencia secundaria, la llamaba él a veces- y en ella transcurrió el resto de su carrera de funcionario internacional. Cuando ésta ya estaba consolidada, compatibilizando familia, trabajo y estudios, se matriculó en la UNED y obtuvo una Licenciatura en Filología. Poco después pasaría a ser editor, función que ejerció hasta su jubilación.

Allí donde estuvo, en uno u otro puesto, siempre sirvió a la comunidad internacional con rara eficacia y dedicación, con esa inigualable mezcla de sencillez, afabilidad y diligencia que llevaba inscrita como seña de identidad en su ADN.

Carlos fue además uno de los pilares de la AFIE. Socio fundador, miembro de la Junta Directiva desde 1984, Secretario Ejecutivo desde 1986 hasta su jubilación en 1990, organizador del capítulo madrileño de la Asociación, de las tertulias quincenales y de los almuerzos anuales (ahora retomados con gran éxito por AFIJUB), pocos han contribuido tanto al trabajo de la AFIE y, lo que es más importante, a fomentar las relaciones entre los funcionarios internacionales españoles y crear unos lazos y un espíritu de grupo que antes no existían. Desde que se retiró y se estableció en Madrid, Carlos fue el punto de referencia obligado de todos los colegas que regresaban a España.

Una faceta poco conocida es la del Carlos escritor. No tenía   pereza para escribir –cartas, notas, artículos, actas- y todo lo escribía con esa facilidad, esa pulcritud y ese inimitable humor que le caracterizaban. Utilizaba una vieja máquina de escribir mecánica, de esas en las que al final de cada renglón había que empujar el carro a la izquierda para pasar al renglón siguiente. De las que no perdonaban los errores, que había que borrar con goma o cubrir con tipex o cinta correctora. No obstante, Carlos –marido atento, padre dedicado y funcionario cumplidor- encontraba tiempo para atender a la correspondencia, escribir un artículo para el Boletín o ayudar a algún amigo a redactar una carta de motivación. Y todo ello, cómo no, con su irrenunciable chispa de humor.

Valga de ejemplo el siguiente párrafo de un artículo que escribió para el libro del 25º Aniversario de la AFIE, en el que narra su nombramiento como Secretario Ejecutivo:

“… Pero llegó la Asamblea General de enero de 1986. El cargo de Secretario Ejecutivo quedaba vacante. Recibí una insinuación. Me quedé suspenso un instante. Abrí corriendo los Estatutos y leí algo así como ‘El Secretario Ejecutivo tendrá a su cargo la coordinación…, autorizará con su firma cuantos escritos y documentos…’  Se me alegraron los ojos, se me iluminó el horizonte: ¡Mi ínsula Barataria al alcance de la mano…! ¡Y lo conseguí! Pero las reuniones de la Junta, ¡ay!, dejaron de ser para mí lo que eran. Mientras todos tomaban parte activa, yo me dedicaba a tomar notas y más notas con miras al acta. ¡Las actas, ay de mí! ¡Camino pedregoso para pies no curtidos! ¡Equipaje excesivo para utilitario pequeño! ¡Vano intento de meter en un cubo el agua de la piscina, de compendiar en una o dos páginas una o dos horas de diálogo interesante, ameno, creador!…”.

Huelga decir que las actas de Carlos podrían servir de modelo a los redactores más experimentados. Y, además, siempre estaban listas apenas unos minutos después de la reunión. Porque, contrariamente a lo que dice en su símil automovilístico, no era él pequeño utilitario, sino potente berlina de lujo.

Poco después de la jubilación pudo hacer realidad un proyecto que había venido madurando durante algún tiempo: escribir un libro. Con su extraordinaria facilidad y su ágil pluma, no tardó mucho en finalizar ese brillante fresco autobiográfico que tituló Vivencias de un niño de la guerra (Edit. Ícaro, 2003). Carlos, que se había quedado huérfano a muy temprana edad, tenía sólo siete años al comienzo de la guerra civil. La obra es un emotivo relato de las experiencias vividas en aquellos años difíciles.

No podemos cerrar estas líneas sin mencionar la generosidad de Carlos. Generosidad con su tiempo, con su persona, sin escatimar un esfuerzo suplementario para brindar su ayuda a quien la necesitase. Activo siempre, como católico practicante, en las obras de su parroquia, aportaba igualmente su apoyo a otras muchas instituciones humanitarias laicas o religiosas, sin distinciones, allá donde pudiera ser útil, donde pudiera echar una mano. Y siempre con una modestia y una discreción inimitables.

Gracias por tu amistad, Carlos. Gracias por tu generosidad y por haber contribuido a hacer el mundo un poco mejor. Sentimos que te hayas ido, y compartimos el dolor de tu pérdida con Pili y con tus hijos, nietos y familia, pero sabemos que en tu nuevo destino te tenían reservado un puesto privilegiado, con contrato permanente, desde el que podrás seguir ayudando a todo el que lo necesite.

 

Fermín Alcoba

22 de febrero de 2017

 

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